El campo de la salud mental es un campo muy complejo plagado de contradicciones. En ninguna otra especialidad de la medicina dos profesionales pueden diferir tanto en la visión de lo que le pasa a otra persona como dentro de la psiquiatría. Los límites de la normalidad son difusos y cambiantes y por todos los lados la psiquiatría se encuentra con otros campos aparentemente tan dispares como la filosofía, la ética, la sociología, la antropología, la psicología, la biología…
A esta complejidad se añade una histórica: estamos viviendo una época de cambios estructurales que están afectando a todas las esferas de la sociedad (política, educación, salud…). Las formas de relación entre las personas vuelven a reestructurarse para continuar en su camino hacia una mayor horizontalización y hacia mayores niveles de solidaridad y de justicia. Así, los sistemas más jerárquicos (piramidales), con más desequilibrio en las relaciones de poder, se transforman inevitablemente.
Esto, en el terreno de la salud mental, está viniendo de la mano de:
1. Un cambio de narrativas y miradas al respecto de lo que es el sufrimiento psíquico como parte de la diversidad humana (movimientos de supervivientes de la psiquiatría, movimientos de escuchadores de voces-Intervoice…) y también de su relación directa e indirecta con los modos de relación social y con los niveles de injusticia y desigualdad sociales.
2. Un cambio de legislaciones que llevan años en proceso de implantación (Convención de Derechos Humanos en Personas con Discapacidad de 2006).
Esta legislación supone un cambio radical a la hora de entender la relación con las personas diagnosticadas de algún tipo de problema mental. Se equilibran las desigualdades de poder. Los profesionales ya no tienen derecho a decidir sobre la vida de ninguna persona, tenga el diagnóstico que tenga. Esto influirá directamente sobre la presión directa o indirecta para tomar medicaciones en contra de la voluntad propia y la realización de cualquier medida involuntaria, como los internamientos en unidades de hospitalización.
3. Un cambio de mirada al respecto de los tratamientos que se han utilizado en los últimos 50 años dentro del paradigma biomédico. Los psicofármacos dejan de ser el eje fundamental del tratamiento. Se descubren todos los problemas asociados a su uso cronificado y se da luz, cada vez de forma más nítida, a las perversiones de la industria farmacéutica y a la colusión, más o menos consciente pero siempre responsable, de las personas y estructuras de salud que los prescriben indiscriminadamente.
Es en este contexto, que se entrelaza con mi contexto personal y mi trayectoria profesional, en el que surge como una necesidad la creación de alternativas de acompañamientos más respetuosos, menos invasivos, más centrados en la persona, en el contexto interpersonal y en sus circunstancias sociales. Más centrados en el afecto y el vínculo, el trato y la comprensión, que en la intervención y los tratamientos.