Mientras alimentos como frutas y verduras tienen cada vez menos sabor y nutrientes al crecer en suelos cada vez más pobres, la industria alimentaria “enriquece” sus productos con vitaminas y potencia su sabor a través del azúcar y otras sustancias difícilmente reconocibles como nutritivas por nuestro organismo. La crisis del sabor nos acecha y, una vez que nuestro cerebro prueba los “productos comestibles” los prefiere antes que los “alimentos”, ya que están diseñados para ello.
¿Cuál es la diferencia entre un alimento y un producto comestible?
Mientras que los alimentos son “materia prima” que puede obtenerse directamente de la naturaleza y no necesitan “estar enriquecidos”, los “productos comestibles” suelen venir envueltos en plástico, llevar demasiados ingredientes y ser difícilmente reconocibles por nuestro organismo al llevar componentes “demasiado nuevos” para nuestro tubo digestivo (conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores del sabor, aceites de mala calidad…), lo cual hace que nuestro cuerpo no los reconozca y se inflame.
Muchas veces, estos productos comestibles llevan un envoltorio “aparentemente saludable” que los hacen más atractivos al estar “enriquecidos en fibra”, “enriquecidos en vitaminas”, ser “bio”, “naturales”, “hechos a mano”, “artesanales”… Por el contrario, los alimentos no necesitan ser enriquecidos.
Poner conciencia en el marketing publicitario que utiliza la industria alimentaria es el primer paso para alimentarnos saludablemente con “alimentos” y no con productos comestibles. Embutidos de mala calidad, carnívoros o veganos, hamburguesas veganas/vegetarianas, yogures “de frutas”, pan de molde, cereales de desayuno, algunos productos “sin gluten”, zumos, galletas (también las “aparentemente saludables”) y muchos alimentos infantiles son productos comestibles que, además, llevan azúcar.
El azúcar es 8 veces más adictiva que la cocaína. Es una droga legal que estimula el sistema de recompensa, igual que lo hacen el tabaco, el alcohol y otras drogas. Gran cantidad de alimentos infantiles como yogures, papillas de cereales, potitos y zumos de frutas, llevan unas cantidades ingentes de azúcar que llevan a la sociedad a ser adicta desde bien pequeña.
Este tipo de productos, junto con el sedentarismo y las pantallas, es la causa principal de la pandemia de obesidad infantil y de la adicción a la comida de grandes y pequeños. Al estimular el sistema de recompensa, nuestro cerebro está en búsqueda constante de placer a través de la comida y nos hace adictos a ella.
Cada anuncio publicitario nos incita a “consumir enfermedad” para obtener placer.
Es tan accesible acceder a la enfermedad que nos la venden en máquinas expendedoras de productos comestibles y refrescos en las
instituciones sanitarias, educativas y laborales. No tiene sentido que cueste menos una Coca Cola o cualquier chocolatina que dos piezas de fruta que tengan algo de sabor.
La crisis del sabor que promueve y legitima la industria alimentaria tiene un gran impacto en nuestro proceso de salud, en la capacidad a la hora de tomar decisiones sobre qué comemos y en las adicciones que nos generan a ciertos alimentos cuyo ingrediente principal es el azúcar.
Cabe destacar aquí también los conflictos de intereses entre la industria alimentaria, universidades y asociaciones médicas “científicas”, como la Asociación Española de Pediatría, que avala con su sello las galletas de
“Dinosaurios” y el Cola Cao o la Fundación Española de Nutrición, entre otras.
Un tubo digestivo inflamado nos lleva a tomar decisiones inflamadas. Cómo nos alimentemos es determinante para una buena salud tanto física como emocional, ya que el tubo digestivo y el cerebro están en constante comunicación. La diabetes tipo 2, la obesidad, la ansiedad y la depresión son las principales pandemias que llevan aconteciendo a la sociedad desde hace años y van cada vez más en aumento, lo cual deteriora nuestro estado de salud general y nuestro sistema inmunitario.
Cierto es que no existe la dieta perfecta. Esta recomendación es muy básica y para todas las edades: a la hora de elegir alimentos, escoger aquellos que menos manipulados estén.
Desde la psiconeuroinmunología, ciencia que estudia la interrelación entre los distintos órganos del cuerpo y que atiende la causa de los síntomas en lugar de taparlo, seguimos la línea de la “alimentación evolutiva”, una alimentación coherente con la evolución en la que escogemos los alimentos que menos inflaman, es decir, aquellos a los que el organismo ha estado expuesto durante más tiempo en la historia de la evolución.
Podríamos considerar que el proceso de salud empieza por el tubo digestivo y su relación con el cerebro y las emociones.
Cuando nos responsabilizamos de los alimentos que escogemos, nos empoderamos en salud.